ACTO
CUARTO
Mi
necesidad de silencio es abrumadora. Es un recuerdo de útero y anocheces, todo
un entramado, un manto inequívoco y sutil. Mi recuerdo madre me contempla con
ojos de carne e hídricamente un molino mueve la penuria en llamas que posee el
alma, tan transparente como ese aire. Fluye nuevamente el porvenir irrisorio
que es más adolescente y animal, ese rectar viejo que tenemos en los baúles de
ancianidad y deslices sin permiso. Un reloj atrasado no me es fácil en tanto y
en cuanto desvanezcas las cornisas de tus pestañas. Acariciado, mal humorado;
entenderte es como beberte… sabores infalibles para el asombro que no llega
todos los días por más que reniegue y las embotelladas sonrisas en oferta
convencieron tantos rayos catódicos y fatales, despidiendo sinfonías atómicas.
Bailé
con palabreros y magos escorpiones y siempre insistía que lo mejor del mundo
fuiste vos: tan acotado espectro de mis visiones peregrinas. Todo queda formado
en parafernalias ridículas, construidas con las sobras de frívolas promesas mal
oradas y sentíamos novelas baratas de rezago, porque nuestra suerte se había
ido al carajo de tanto firulete dominguero. Si me encierro en el arca de coral
para navegarte sin sospechas, sin la desconfianza ocasional de los proveedores
que fabrican los diccionarios en común a todos (ya te he recordado lo de la
fosa y las flores marchitas que dejaron y re inventaron los novelistas
consumidos y que el delirium tremen se los llevó) es solo un respirar puro de
soles encuadernados, tan infantiles como los soberbios búhos, voladores y
nocturnales poetas que luchan por salvar el acto de hacer nada.
Pobre
poeta, pobre obrero de la construcción, pobre vendedor fracasado que no llegó a
hacer los cursos de marketing que mandó nuestro Rey. ¿Te acordás cuando te dije
que no tiraras los folletines con la guía para vivir?
Hoy
comeremos en la cama y yo seré tu hombre huevo.
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