lunes, 9 de septiembre de 2013

ACTO CUARTO
        Mi necesidad de silencio es abrumadora. Es un recuerdo de útero y anocheces, todo un entramado, un manto inequívoco y sutil. Mi recuerdo madre me contempla con ojos de carne e hídricamente un molino mueve la penuria en llamas que posee el alma, tan transparente como ese aire. Fluye nuevamente el porvenir irrisorio que es más adolescente y animal, ese rectar viejo que tenemos en los baúles de ancianidad y deslices sin permiso. Un reloj atrasado no me es fácil en tanto y en cuanto desvanezcas las cornisas de tus pestañas. Acariciado, mal humorado; entenderte es como beberte… sabores infalibles para el asombro que no llega todos los días por más que reniegue y las embotelladas sonrisas en oferta convencieron tantos rayos catódicos y fatales, despidiendo sinfonías atómicas.
Bailé con palabreros y magos escorpiones y siempre insistía que lo mejor del mundo fuiste vos: tan acotado espectro de mis visiones peregrinas. Todo queda formado en parafernalias ridículas, construidas con las sobras de frívolas promesas mal oradas y sentíamos novelas baratas de rezago, porque nuestra suerte se había ido al carajo de tanto firulete dominguero. Si me encierro en el arca de coral para navegarte sin sospechas, sin la desconfianza ocasional de los proveedores que fabrican los diccionarios en común a todos (ya te he recordado lo de la fosa y las flores marchitas que dejaron y re inventaron los novelistas consumidos y que el delirium tremen se los llevó) es solo un respirar puro de soles encuadernados, tan infantiles como los soberbios búhos, voladores y nocturnales poetas que luchan por salvar el acto de hacer nada.
Pobre poeta, pobre obrero de la construcción, pobre vendedor fracasado que no llegó a hacer los cursos de marketing que mandó nuestro Rey. ¿Te acordás cuando te dije que no tiraras los folletines con la guía para vivir?
Hoy comeremos en la cama y yo seré tu hombre huevo. 

   

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