ACTO TERCERO
El rigor contempla la penuria del
inmenso cuarto tornasolado y despierto amanecer en capuchas desvestidas y
sacrílegas marchas nupciales que se han dado sin conocer el furibundo carcomido
paseo de espejos acerados y censurados. Peregrinar de arácnidos y maldicientes
embusteros asechando y acosando algo que sigue en hígados infernales.
Voluptuosos y cuadrados blancos se asemejan al retrato de personas diferentes
al anochecer que se trago tu tristeza escondida, podrida de fomentar el absurdo
aburrimiento y entre paradojas y espantapájaros los avechuchos de costras
voladoras se pegan descansando en las ventanas de tu casa. Si llegase el
risueño parco que te engendró sin abortar los sueños propios, seguro
traicionarías tu espalda de buitre y tiburón; yo sin más que tus propinas de
mentiras, psicología de bidet y masturbando los encéfalos dejarías tu uñas
ensartadas en los pétalos sanos y telúricos. Constatación de que alguien navega
y devela en las vergas de mi nave sobre un zafarrancho que suena y selvas
púbicas y virginales, adulterio que fecundó un maltrecho hombrecito sin nada
que comer más que la propia carne.
Cuanto quisiera tu voz escuchar y en
este ataúd de piedra, disimulado y oblongo, hospedarte en mi ombligo carcomido
y musido. Yo, aprendiz del sapo culto que me enseña lo que antes se pensaba y
todos quieren desechar. He ahí esa sabiduría desdeñosa fomentando la maldad
desigual y sin equilibrio. De tantas formas e impertérrito esperaba un beso en
aquella boca de labio espumosos y siniestros; pinta la punzó descalzo que
caminas en las piedras calientes del volcán en seno perdido y es tu cuerpo el
vestigio de una vez perpetrado el acto amatorio, cúpula y marmita que cosecha
óvulos, la semilla indescifrable que crece y no ampara el futuro irresponsable,
poco piadoso. ¿Que serás engendro maldito cuando abran tus vientres púbicos y
nazcas de ti mismo?
Ya hay un circulo rojo en el cielo y no
es lo tu piensas, la esencia de lo que conoces puedes entender de estas
palabras que emergen; pus y dientes rotos de apretar mandíbulas y sin esperar
tu ayuda, burlas más lo inevitable y seco que dejaste marchitar tantos tiempos,
esa capa blancuzca y fantasmal, atractiva, que es la nada.
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