ACTO SEXTO
Bajo la tierra mil lombrices
escuchan el quejido sonámbulo, y despertaste para sonreír frente a un espejo.
Vidrio sínico y fugas. Que la luz robada de las nubes no se te suba y creer que
esa corona vaporea te hace diferente, no habilita a que el amor haga arrullo en
tus cuencos. Toda esa riqueza encendería la fogata (que gran combustible lleno
de caminos y carteles hacia la maravilla sin conejos y reyes) para tu desierto
salado. Mira que la lupa de Jesús se lee todos los días, en el afán de conseguir
una huella que llegue hacia donde no se quiere llegar. Si pudiera no volar; si
estar enterrado no me permitiera aunque sea respirar pero si estoy parado en la
gran pirámide, con halcones revoloteando y espíritus andrajosos que asustan…
mancha la roja tinta que surge sin querer, yo la detengo pero el diagnostico me
dice que es un derrame cerebral. La jauría acecha.
Me contaron los sapos que me esperan. Dicen
que mis hermanos no me extrañan, no recuerdan la estética, ni la somnolencia de
aliento. No quedó nada para recordar porque nací.
Un día no existe. Una noche
tampoco. Tenemos los boletos para subir al tren y no subimos. Comprar en un
shopping es suicidarse miles de veces. Dicen eso…
Yo y mi fiel ignorancia andamos
juntos pero desfasados. Quiero sentir
que alguien del otro lado pueda absorberme y me quedaría más tranquilo, no me
haría cargo de los lobos y serpientes que salen libres. No necesitaría
disciplinar tanto. Mirar, que unidos podemos recrear, tan solaz, el pasatiempo
activo del respiro.
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