martes, 10 de septiembre de 2013

ACTO SEXTO

Bajo la tierra mil lombrices escuchan el quejido sonámbulo, y despertaste para sonreír frente a un espejo. Vidrio sínico y fugas. Que la luz robada de las nubes no se te suba y creer que esa corona vaporea te hace diferente, no habilita a que el amor haga arrullo en tus cuencos. Toda esa riqueza encendería la fogata (que gran combustible lleno de caminos y carteles hacia la maravilla sin conejos y reyes) para tu desierto salado. Mira que la lupa de Jesús se lee todos los días, en el afán de conseguir una huella que llegue hacia donde no se quiere llegar. Si pudiera no volar; si estar enterrado no me permitiera aunque sea respirar pero si estoy parado en la gran pirámide, con halcones revoloteando y espíritus andrajosos que asustan… mancha la roja tinta que surge sin querer, yo la detengo pero el diagnostico me dice que es un derrame cerebral. La jauría acecha.
 Me contaron los sapos que me esperan. Dicen que mis hermanos no me extrañan, no recuerdan la estética, ni la somnolencia de aliento. No quedó nada para recordar porque nací.
Un día no existe. Una noche tampoco. Tenemos los boletos para subir al tren y no subimos. Comprar en un shopping es suicidarse miles de veces. Dicen eso…

Yo y mi fiel ignorancia andamos juntos pero desfasados.  Quiero sentir que alguien del otro lado pueda absorberme y me quedaría más tranquilo, no me haría cargo de los lobos y serpientes que salen libres. No necesitaría disciplinar tanto. Mirar, que unidos podemos recrear, tan solaz, el pasatiempo activo del respiro.   

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