ACTO
SÉPTIMO
Observador.
Preferible e incomprensible el asma
inequívoco, destellante. Sarta empobrecida desde el miasma nacido en tu
aposento y vigoroso tu efusión dramático, que en mi disfraz aterrador, recibí
como un manto de rocas. Llegar llorando para enmudecer las perdidas, no
comprende el sentido (señal de éter profundo). Cada vez más difícil, cada vez
más oscuro, cada vez más austero, cada vez más efímero. Deberías dejar de decirme siempre la misma
pregunta: ¿para que? Si sabes que no existe en mí eso que tanto buscas. Claro
que hablo así, trato de que te pierdas para que no me encuentres. Tan natural y cimarrón, la jauría galopa a
tropel para matar. Todos crían cuervos.
Yo lobos. Mi misterio será cruz y olvido entre serpientes y rosas. Alguna vez
nací y volando llegué al acantilado para anidar. Después de creer durante mil
años decidí convertirme en pájaro y no obstante pude revelarle el misterio al
leproso, amigo indiferente. Quien más escucharía al que llaman indigno de ti.
“Piedad por mi” le dije y en su mirada vi muchos caminos, esos que estoy
mostrando ahora mismo.
Hice tu canción y me
anhelaste; hizo tu hechizo el mastodonte y pueril uñas engendraron el rasguño
nacarado en mi corazón. ¿Sabias que tengo un hogar aquí? No te has ido; invoco
el día por tu nombre y la noche llega sola. Sin una ni otra es indivisible
tanto horror. Más caminos entre bosques
y desiertos. El tiempo y tan relativo espacio me envió al mar helado. Allí viví
entre osos y ballenas que luchaban y acariciando el hielo reactivé la psiquis
mutante del emporio construido en tu laberinto espeso. Solo los altos valles emprendieron el girar
del mundo en que vivía, potente y fugas tu espanto, igual al mío.
Me
senté a esperar el paso fantasmal de mis sombras y conté una a una las nociones
inexistentes que cultivábamos, ridículamente, en éxtasis anales.
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